sábado, 6 de junio de 2020

Volvamos a la fuente de nuestra Fe



Del santo Evangelio según San Juan, 4, 46-53

Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún.
Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen».
El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera».
«Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús.
El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía.
Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive».
Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.








Primero te quejas de que ansiamos tus milagros para luego realizarlos, Señor Jesús.
Y es que solo Tú puedes lo que nadie nunca, en ninguna época habida y por haber, pudo.
Solo en Ti hemos puesto nuestra confianza más honda, aquella que se da tan solo a Dios.

Porque Tú eres Dios hecho hombre y nosotros hemos venido a conocer la gran noticia de la humanidad, que el Hacedor nos ama, nos redime y nos guarda para una vida nueva, sin dolor ni falla, vida plena y gozosa en Ti.

No te extrañes que te pidamos milagros en esta época apóstata, mala y criminal, Señor.
Hemos sido invadidos por fuerzas malignas que someten a los pueblos bajo el yugo de falsas doctrinas, seducciones infernales que anidan en corazones y mentes de tal forma, que de forma espontánea huyen de Ti y de todo lo Tuyo.

No es que yo no tenga parte de culpa en todo esto, la tengo.
Por no ser santa.
Por no corresponderte, como Tú lo esperabas de mi.

Por eso, ten piedad Señor, perdóname, perdónanos a todos nuestras muchas infidelidades, y concédenos la gracia inmensa de poder formar parte del número de los  que guías, alimentas y conduces por Tus Caminos, hacia el cumplimiento perfecto de Tu santo Designio en nosotros.
En cada uno, el suyo.
En mi, también.

Por Mamá, con, en y para Ella, amén.

4 comentarios:

  1. Hay infinidad de cosas que nos evidencian, todos los días, lo pqueños y miserables que somos los hijos de Eva, pero de todas esas cosas la más palmaria es la necesidad que tiene la materia, la carne, de fenómenos extraordinarios para fijar la vista en Dios Nuestro Señor. ¡Me inculpo también!, claro.
    Si no fuera por nuestra Madre del Cielo el Camino de la Salvación sería para los hijos de Eva más estrecho que una cuchilla de afeitar y más empinado que la cara norte del Everest. ¡Grande es el Señor que, sabiéndolo, se hizo hombre y habitó entre nosotros a través del Santísimo vientre de María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza!
    Abrazos cordiales.

    ResponderEliminar
  2. Gran misterio es la misión de María inmaculada, y llega a decir el santo, que mientras estamos en carne mortal, vivimos de alguna manera ocultos en el seno de María, para ser dados a Luz tras nuestra muerte corporal, a la única vida eterna posible: junto al Uno y Trino que nos ama.
    Sigamos bajo el manto de Mamá María, aprendiendo de su sabiduría bimilenaria.
    Abrazos cordiales

    ResponderEliminar
  3. Yo también tengo culpa, mayor, por no ser santo. Tantas gracias desperdiciadas, tantos actos, pensamientos y omisiones, tantas oportunidades... ¡Dios me perdone! y yo me ponga las pilas. Abrazos fraternos.

    ResponderEliminar
  4. jejejeje, me parece muy bien! yo te imito (había puesto dimito, jajajajaj)
    Bueno, un abrazo fraterno
    hoy solo uno, ala

    ResponderEliminar