Audiencia de San Juan Pablo II, 10.10.1990:
1. Hemos visto en la catequesis anterior que la revelación del Espíritu
Santo como Persona en la unidad trinitaria con el Padre y el Hijo
encuentra en los escritos paulinos expresiones muy bellas y sugestivas.
En la catequesis de hoy seguiremos sacando de las cartas de san
Pablo otras variaciones sobre este único motivo fundamental, que vuelve
con frecuencia a los textos del Apóstol, penetrados de una fe viva y
vivificante en la acción del Espíritu Santo y en las propiedades de su
Persona, que se ponen de manifiesto mediante su acción.
2. Una de las expresiones más elevadas y atrayentes de esta fe, que en la pluma de san Pablo se transforma en comunicación a la Iglesia de una verdad revelada, es la de la “inhabitación” del Espíritu Santo en los creyentes, que son su templo, “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1Co 3,16). “Habitar” se aplica normalmente a las personas. Aquí se trata de la “inhabitación” de una persona divina en personas humanas. Es un hecho de naturaleza espiritual, un misterio de gracia y de amor eterno, que precisamente por esto se atribuye al Espíritu Santo. Esa inhabitación interior ejerce influjo sobre todo el hombre, tal como es en concreto y en la totalidad de su ser, que el Apóstol en varias ocasiones denomina “cuerpo”. De hecho, un poco más adelante del pasaje citado, parece apremiar a los destinatarios de su carta con la misma pregunta: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?” (1Co 6,19). En este texto, la referencia al “cuerpo” manifiesta muy bien el concepto paulino de la acción del Espíritu Santo en todo el hombre.
Así se explica y se entiende mejor aquel texto de la carta a los Romanos sobre la “vida según el Espíritu” que dice: “Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,9). “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).
Por consiguiente, la irradiación de la inhabitación divina en el hombre se extiende a todo su ser, a toda su vida, que se coloca en todos sus elementos constitutivos y en todas sus explicaciones operativas bajo la acción del Espíritu Santo: del Espíritu del Padre y del Hijo, y por lo tanto también de Cristo, Verbo encarnado. Este Espíritu, vivo en la Trinidad, está presente en virtud de la redención obrada por Cristo en todo el hombre que se deja “habitar” por Él, en toda la humanidad que lo reconoce y lo acoge.
2. Una de las expresiones más elevadas y atrayentes de esta fe, que en la pluma de san Pablo se transforma en comunicación a la Iglesia de una verdad revelada, es la de la “inhabitación” del Espíritu Santo en los creyentes, que son su templo, “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1Co 3,16). “Habitar” se aplica normalmente a las personas. Aquí se trata de la “inhabitación” de una persona divina en personas humanas. Es un hecho de naturaleza espiritual, un misterio de gracia y de amor eterno, que precisamente por esto se atribuye al Espíritu Santo. Esa inhabitación interior ejerce influjo sobre todo el hombre, tal como es en concreto y en la totalidad de su ser, que el Apóstol en varias ocasiones denomina “cuerpo”. De hecho, un poco más adelante del pasaje citado, parece apremiar a los destinatarios de su carta con la misma pregunta: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?” (1Co 6,19). En este texto, la referencia al “cuerpo” manifiesta muy bien el concepto paulino de la acción del Espíritu Santo en todo el hombre.
Así se explica y se entiende mejor aquel texto de la carta a los Romanos sobre la “vida según el Espíritu” que dice: “Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,9). “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).
Por consiguiente, la irradiación de la inhabitación divina en el hombre se extiende a todo su ser, a toda su vida, que se coloca en todos sus elementos constitutivos y en todas sus explicaciones operativas bajo la acción del Espíritu Santo: del Espíritu del Padre y del Hijo, y por lo tanto también de Cristo, Verbo encarnado. Este Espíritu, vivo en la Trinidad, está presente en virtud de la redención obrada por Cristo en todo el hombre que se deja “habitar” por Él, en toda la humanidad que lo reconoce y lo acoge.
(Bibliaclerus, www.clerus.org)
"En aquel tiempo entró Jesús en el Templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Escrito está: Mi casa es casa de oración pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos".
ResponderEliminarAlejemos del Templo de Dios, nosotros mismos, todo aquello que pueda convertirlo en un estercolero: pensamientos, deseos y actos que van contra Dios Nuestro Señor. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Abrazos fraternos.
Hola Caminante, sí, procuremos vivir tan cerca del Señor, que estemos siempre pendientes de su santa Voluntad, procurando abrazarla con amor, aunque suponga padecimiento. Abrazando la cruz que el Señor nos da, es la mejor manera de avanzar.
ResponderEliminarGracias, que Dios te bendiga
Abrazos fraternos
Coincido con Caminante.
ResponderEliminarMagníficos enlaces a Clerus.org
“Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros” Dios nos habita, con sosiego hemos de orar abrazados a nuestra (Su) Cruz como bien explicas.
Abrazos fraternos.
Gracias, excelente información.
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