«Por
eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación;
pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te
agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu
voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).
Eduardo, un buen amigo mio, estuvo a punto de morir. Finalmente se recuperó, gracias a los médicos que acertaron con el tratamiento adecuado.
Me dijo que vivió esos momentos fatídicos, en los que él creía haber llegado al fin de sus dias sobre la tierra, con un solo pensamiento: ¿Qué puedo presentarle al Señor como obra buena de mi vida? Y sintió que no podía ofrecerle absolutamente nada, tan solo sus manos vacías...
Se puso a reflexionar y se dio cuenta que lo verdaderamente importante habría sido que en él, en su vida, se hubiera cumplido la eterna y amorosa Voluntad de la Santísima Trinidad. Me dijo: he decidido que a partir de ahora, tan solo viviré para que se cumpla en mí la Voluntad de Dios. En la hora de mi muerte, tan solo eso podrá confortarme en parte, al estar ante la majestuosa y divina Presencia.
Su lema, desde entonces, es: Heme aquí, oh Padre, para hacer tu Voluntad.
Me ha emocionado el testimonio de Eduardo,teniendo también las manos vacías....
ResponderEliminar¡Henos aquí, ¡Oh Padre!, para hacer Tu Voluntad.
Abrazos fraternos.
Henos aquí, efectivamente, para que su santísima, divinísima y sapientísima Voluntad se haga en nosotros, con María Inmaculada.
EliminarAbrazos fraternos
Cuando nos damos cuenta cabalmente de nuestro día a día caemos en la cuenta de lo miserable que es la condición del ser humano caído. Como decía San Pablo (Romanos 7:19-21):
ResponderEliminar19. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
20. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
21. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
Nada somos sin Dios. Nada podemos sin su Gracia; Gracia que en la infinita misericordia del Padre nos es dada si la pedimos con un corazón sincero y no orgulloso ni engreído. Tal es nuestra condición, porque si nuestra naturaleza no fuese caída nuestros deseos nos llevarían siempre a obras buenas y agradables a Dios, y es justo lo contrario. Sin la Gracia del Padre, somos peores que las bestias del campo. Sin ser lavados y justificados por la preciosísima Sangre del Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, somos muerte. Sin la intercesión de la Madre de Dios y Madre nuestra, la Santísima Virgen María, el recto camino en los mandamientos del Padre está más allá de nuestras fuerzas. Un cordial saludo y que Dios la bendiga.
Es cierto, Caminante, no hago el bien que amo, sino el mal que detesto... y eso humilla... y eso es bueno para mí, porque así me doy más cuenta hasta qué punto dependo (gozosamente) de Mi Amado Jesús. :o)
ResponderEliminar¡Menos mal, querido hermano, que nos aman tanto, los del Cielo! Jamás nos abandonarán.
Saludos fraternos